viernes, 24 de febrero de 2012

En condiciones normales, el nivel de conciencia varía según las circunstancias.Por ejemplo, cuando nos despertamos por la mañana la luz de la conciencia se enciende, pero no alumbra la totalidad de nuestro ser. Normalmente notamos las sensaciones corporales  de calor o frío, de energía o de cansancio, de tranquilidad o de inquietud. Llevamos a cabo automáticamente  tareas rutinarias como asearnos , desplazarnos al trabajo, comer o hacer ejercicio, sin pararnos a pensar y sin alcanzar una conciencia plena de lo que estamos haciendo.

Por lo general, no somos conscientes del funcionamiento del cuerpo. De hecho, somos mucho mas sensibles a las averías de los órganos internos que a sus actividades normales.Pero habitualmente utilizamos la luz de la conciencia cuando nos enfrentamos a decisiones importantes, analizamos nuestras relaciones afectivas, cuidamos nuestra imagen pública, programamos nuestro futuro, tratamos de entender nuestros deseos o comportamientos, examinamos nuestra biografia o reflexionamos sobre el significado de la vida y nuestro papel en este mundo.

Con todo, una cosa es estar despierto y otra distinta es ser consciente de uno mismo.Para ser conscientes no bastan los estímulos del sistema reticular, sino que se requiere además el buen funcionamiento de otras áreas del cerebro, como la corteza y el tálamo, y las múltiples conexiones que existen entre ellas.

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